En su oficio era un águila: ciento y tantas canciones sabía de coro, un tono bajo reposado y muy sonable, que hacía sonar la iglesia donde rezaba; un rostro humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer.Anónimo. El Lazarillo de Tormes (1554). Página 16. Editorial: Revista VEA. 1987.