El pueblo está abandonado; sus habitantes debieron de emigrar unos a Alemania, otros a Cataluña, y los demás se han asentado en el llano, formando una nueva población sobre la carretera de Jimena a San Roque, junto a la Almoraima, finca acaso justamente expropiada y sin duda manifiestamente empeorable. Yo llegué a Castellar un caliginoso mediodía de marzo, después de atravesar los alcornocales cuyas ramas enmarcaban, lejos y muy alto, el castillo como un trasatlántico de piedra. La carretera, según emergía de la vegetación y abordaba el cerro, ensortijaba sus curvas y me obligaba a extremar precauciones.Aquilino Duque. El suicidio de la modernidad. Una revisión crítica de la cultura contemporánea. 1984.