«Como ningún ropaje lograba calentar al ateridorey, sus sirvientes buscaron a una hermosa adolescentevirgen, la sunamita Abisag, que, enroscándose en el cuerpo del entumecido David, entibió las últimas jornadas de quien, habiendo deseado compulsivamente todo, ya sólo apetecía el cálido y dulce rescoldo que trasmite la piel de una doncella núbil. Aunque escriban versos inmortales, los poetas no pueden hurtarse a los estragos de la edad, gélido preámbulo de la muerte». El País (2003). Tacto, 1.